Buenos
Aires
La ciudad cavila mentes obtusas
transpira humanidad en los adoquines.
Sus calles se atiborran de miradas perdidas
y un aroma dulzón se descuelga de las banderolas.
Añoranza y juventud desborda las plazas
y los carruajes chirrean entrañas de acetato.
Una flor
sobre el banco frío
da cuenta del romance
y la noche se adueña de los pasos emanando aires de
libertad.
Las glicinas y los rosales la envuelven en silencio
ella abre su corazón de latón por varias horas.
Los gatos en los tejados maúllan en seco
y las jaurías de perros destruyen las
bolsas olientes.
Los encargados barren las infinitas calles
y unas vecinas
distraídas
charlan con las voces de los otros.
Las sirvientas con sus vestidos a rayas taconean y
levantan sus bustos
y los patrones ostentan zapatos nuevos y vicios
viejos.
La ciudad se viste de lo que fue y añora lo
que es
un mendigo en la puerta de la iglesia desnuda sus
vanidades.
Los vendedores ambulantes fabulan ficciones y
venden ilusiones
la patria está presente en los vértices y los zaguanes
las imágenes se reflejan en los faroles y en los ojos de
los ciegos.
Los espejos vomitan fragmentos de un viejo Buenos Aires
deslucido, altanero, con alma de arrabal
el coraje se arremolina en una refriega de cuchillos.
El otro interrumpe estos versos
y se acomoda torpemente los lentes.
Autor: Segovia Monti
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