domingo, 19 de octubre de 2014

Un amanecer diferente

Un Amanecer diferente.                                                                                                       
                                                                                               
                                                                                        
                                                                                                                           
                                                                                                                                                       
Las primeras luces de la mañana dejaban vislumbrar, un bulto en el andén…
 La estación de San miguel, muy concurrida por trabajadores cuenta prosistas, changarines y simples obreros, estaba agolpada pergeñando una improvisada ronda, al rededor de ése bulto.

Darío, era un peón de albañil. No llegó al puesto de oficial. Sin  estudios primarios completos, muy hábil con sus manos, realizando finos trabajos de mampostería. Todos los días viajaba en el tren San Martin, subiendo en la estación de San Miguel. Conocía de memoria el andén, caminaba veinte pasos en dirección al sur y aparecía el quiosco, se había hecho adepto a unas pastillas refrescantes, le sacaban un poco el aroma a cigarrillo, que tenia impregnado en sus pulmones y en los dedos amarillentos.
La humedad, el rocío que se acumulaba le daban al andén, una imagen fantasmagórica, casi animal. El colectivo cuatro cuarenta colorado de cartel amarillo, lo transportaba a su barrio Manuelitas. Paraje muy humilde, con gente de manos transpiradas y callosas, con miradas sombrías y lúgubres.
El tren lo depositaba cerca de su trabajo; se bajaba en Palermo, después de caminar unas veinticinco cuadras, no se podía dar el lujo de tomar un colectivo,  llegaba al obraje.
Había peones con cascos amarillos, ruido a cinceles, golpes de masas pesadas, hierros contra hierros y olor a cemento.
Muchas horas de trabajar bajo el sol implacable de enero. Su camisa  totalmente transpirada, sus manos le hervían. El  esfuerzo era extremo, doblar  ayudado por la rodilla los oxidados hierros del ocho. Cuando por fin terminaba su jornada, se lavaba en un pileton maltrecho, con los pocos enseres que poseía, una toalla sucia y un jabón roído, manchado con grasa.
Caminaba con su bolsito marinero, hasta la estación  y se bajaba en San Miguel apoltronándose en el bar mal oliente. Cargado de borrachines y pendencieros.
 Una de esas tardes, que andaba con el pie izquierdo. Donde sus instintos, liberaron  lo bestial que tenía atrapada dentro de su cuerpo, sedujo  a Laura. Una morocha hermosa, impactante, con más curvas que suspiros. Ojos saltones color miel y una sonrisa cautivante. Con cierto dejo de complicidad, su pelo cobrizo, le llegaba justo a la cintura.
Basto unos pocos encuentros carnales, donde sus torsos, se transportaban en un candoroso frenesí.

No tardo mucho tiempo la pareja de Laura  en enterarse de lo acontecido.
Estudiando los movimientos y los horarios en que tomaba el tren Darío, hasta la ropa que  llevaba puesta.

Un amanecer con un puñal rastrero, lo esperó en el andén. Que Darío conocía de memoria.


Autor: Segovia Monti.

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