Un
Amanecer diferente.
Las primeras luces de la mañana dejaban vislumbrar,
un bulto en el andén…
La estación
de San miguel, muy concurrida por trabajadores cuenta prosistas, changarines y simples
obreros, estaba agolpada pergeñando una improvisada ronda, al rededor de ése
bulto.
Darío, era un peón de albañil. No llegó al puesto de
oficial. Sin estudios primarios completos,
muy hábil con sus manos, realizando finos trabajos de mampostería. Todos los
días viajaba en el tren San Martin, subiendo en la estación de San Miguel.
Conocía de memoria el andén, caminaba veinte pasos en dirección al sur y aparecía
el quiosco, se había hecho adepto a unas pastillas refrescantes, le sacaban un
poco el aroma a cigarrillo, que tenia impregnado en sus pulmones y en los dedos
amarillentos.
La humedad, el rocío que se acumulaba le daban al
andén, una imagen fantasmagórica, casi animal. El colectivo cuatro cuarenta
colorado de cartel amarillo, lo transportaba a su barrio Manuelitas. Paraje muy
humilde, con gente de manos transpiradas y callosas, con miradas sombrías y
lúgubres.
El tren lo depositaba cerca de su trabajo; se bajaba
en Palermo, después de caminar unas veinticinco cuadras, no se podía dar el
lujo de tomar un colectivo, llegaba al
obraje.
Había peones con cascos amarillos, ruido a cinceles,
golpes de masas pesadas, hierros contra hierros y olor a cemento.
Muchas horas de trabajar bajo el sol implacable de
enero. Su camisa totalmente transpirada,
sus manos le hervían. El esfuerzo era
extremo, doblar ayudado por la rodilla
los oxidados hierros del ocho. Cuando por fin terminaba su jornada, se lavaba
en un pileton maltrecho, con los pocos enseres que poseía, una toalla sucia y
un jabón roído, manchado con grasa.
Caminaba con su bolsito marinero, hasta la estación y se bajaba en San Miguel apoltronándose en
el bar mal oliente. Cargado de borrachines y pendencieros.
Una de esas
tardes, que andaba con el pie izquierdo. Donde sus instintos, liberaron lo bestial que tenía atrapada dentro de su
cuerpo, sedujo a Laura. Una morocha
hermosa, impactante, con más curvas que suspiros. Ojos saltones color miel y
una sonrisa cautivante. Con cierto dejo de complicidad, su pelo cobrizo, le
llegaba justo a la cintura.
Basto unos pocos encuentros carnales, donde sus
torsos, se transportaban en un candoroso frenesí.
No tardo mucho tiempo la pareja de Laura en enterarse de lo acontecido.
Estudiando los movimientos y los horarios en que
tomaba el tren Darío, hasta la ropa que llevaba puesta.
Un amanecer con un puñal rastrero, lo esperó en el andén.
Que Darío conocía de memoria.
Autor:
Segovia Monti.
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