El
patio entre las sombras
Un gran parque con arboles añosos y vegetación tupida.
Pinos centenarios reminiscencias de un casco de estancia, aljibe y glorieta. Bancos
enjutos y mesas en material, revestidas con trozos de azulejos en damero blancos,
rojos, amarillos y algunos también verdes. El tablero infaltable de damas o en
su defecto ajedrez en centro de la mesas. Con la complicidad que da la sombra dividiendo maldades de vanidades, se
encuentran a la vista de pocos, varios pasillos insultantes de granitos y
lamentos. Con pisadas rutinarias que no conducen a nada. Desgranados como el
marlo, una treintena de locos desplazan sus humanidades apoderándose a las
anchas del patio, de sus recovecos, dando un lugar de privilegio a las aristas
y las rectas. Algunos, sin poder cruzar la frontera que determina la sombra
lacerante, dentro de sus calcinados cerebros, perturbados por los avatares de
la vida y la decidida de la gente. Con mirada sin vida, en algunos casos… con
los ojos dados vuelta. Sus lenguas protráctiles volcadas al infinito.
Centraremos la mirada en alguno de ellos, tratando
de bucear en su pasado y presente. ¿Como
un ser humano integro termina depositando sus piltrafas desojadas en el patio? Mezclándose
entre muchos locos o entre ninguno. Cayendo en precipicios de depresión o euforia. Transformándose en un maniaco o
entrando en un delirio de persecución. O simplemente ser un don nadie, que no
sirve ni para autoabastecerse.
Uno de ellos, “el gallito Solari”, apodo de la época
de jugador de futbol en el deportivo Morón, petizo, con un cuerpo atlético para sus años, bordea
los setenta. Con un sombrero al estilo tanguero, pantalón de vestir sucio y
saco deshilachado y mal lucido. El pucho fiel compañero de tantas horas de
ocio, los dedos manchados con la nicotina hasta el punto de la laceración. Una pava
chica plateada con mango negro roído, se la ve muy abollada .El mate lavado,
con yerba que se seca al sol y una sola canilla para la treinta de locos, en el
extremo norte del patio. Al final, donde comienza la sombra, “El gallito Solari”
llena la pava con torpeza, se le cae un poco de agua y grita (acercando las dos
manos a la boca) ¡agua caliente! a viva voz. Unos diez locos se agolpan
alrededor de la pava y comienza una ronda improvisada, desprolija de mates y yerbas
que van cayendo al parque como dominós
en ecuaciones matemáticas. Algunos intentan hablar palabras sin mucho sentido o
estado de pertenecía. Dialogando con ellos mismos, peleando y pujando con sus
mundos internos, con sus fantasmas, y gestos…, ademanes abruptos, torpes y a veces pueriles, dejando desnudar sus
inocencias o sus más bajos instintos.
Otros de los personajes bucólicos es el tano
Carmelo. Había sabido trabajar de chapista, por allá en los confines de la tierra
misma, en Ushuaia. Paraba en un bar donde las copas no faltaban; gastando los
pocos pesos que ingresaban de las changas en arreglar con obsesión un auto
antiguo elMorris, que vaya uno a saber
por qué se encariño. Lo tapaba de noche como a un hijo, lustrándolo con una
franela que siempre pendía del bolsillo
trasero del pantalón.. Eran ocho manos superpuestas de pintura y entre cada una,
lija al agua y mucha dedicación. Caminaba en el patio agazapado como un león
que se regodea con su presa y no sabe cuándo va dar el zarpazo.
Dicen que una noche (otros no lo creen) donde los fantasmas
presionaban su sesera. No aguanto más y
cruzó el patio. Desapareció para ya no saber más de él, sus amigos reciben
noticas, que sigue lustrando “el Morris”.
Dimes y diretes nos conducen a la noche donde su
despojos se fue del patio. Al saltar el gran paredón quedó tullido, con una
insoportable cojera, y algunos compañeros relatan interminables conversaciones
con el Tano Carmelo. A las madrugadas transita arrastrando una de las piernas,
por los interminables pasillos del gran patio, entre burlonas y arabescas
sombras.
Otro loco lindo era Julio, de aspecto sajón muy alto
y rubio, con un bigote profuso y ojos azules como el mar mediterráneo en días
soleados. De pasos espaciados, dejando descansar su osamenta. De pocas palabras,
austero, con un lenguaje raido. Como infundiendo miedo, rotando las palabras y
a veces le salía una voz interior muy gruesa como si otra persona habitara
dentro de él. Con un sueño recurrente, donde todas las noches tiene que matar a
su padre. Si uno lo observaba detenidamente hasta se puede ver el cuchillo en
su mano, sentir el puntazo en el costado derecho y como la sangre sale a chorros
insultantes que se mezclaba con los residuos del patio, discurriendo entre la yerba y mojando el
pasillo de granitos y lamentos.
Autor: Segovia Monti.
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